Cómo hice que mi minipiso se viera mucho más grande

piso

Mudarse sola por primera vez da una mezcla rara de emoción y vértigo. Lo descubrí al cruzar la puerta de mi nuevo piso en Barcelona con una mochila, dos maletas y una llave que todavía no sabía si me hacía ilusión o me imponía respeto. Después de terminar la carrera de Bellas Artes, la idea de tener un lugar propio me sonaba a esa etapa de la vida que siempre ves lejos. Sin embargo, ahí estaba yo, en un espacio de treinta metros cuadrados, decidida a convertirlo en un lugar donde moverme sin la sensación de estar encajando piezas como en un puzzle eterno.

Lo primero que pensé fue que podía aprovechar lo que había aprendido en estos años para dar una forma más cómoda y abierta a cada rincón. Me propuse que este pequeño piso pareciera más amplio sin perder calidez, y que la distribución me permitiera sentir que vivía en algo más que una caja compacta. No quería limitar mi día a día a esquivar muebles ni sacrificar la comodidad por falta de metros. Así que me lo tomé como un reto personal: transformar mi primera casa en un sitio funcional, bonito y, dentro de lo posible, espacioso.

 

La entrada mínima pero práctica

El piso no tenía recibidor, sino una puerta que daba directamente al salón-cocina. Las cosas como son: al principio pensé que tendría que renunciar a ese rincón donde dejar las llaves y colgar la chaqueta. Pero lo resolví con un mueble estrecho de pared que apenas sobresale. Me permitió tener un pequeño apoyo sin que la entrada quedara cargada.

 

Cómo abrí el salón sin tocar paredes

En mi caso, el salón era una zona rectangular que compartía espacio con la mesa donde pensaba trabajar. Me esforcé en que no quedara lleno de cosas. La tentación de traer todo lo que tenía en el piso de mis padres era grande, pero entendí rápido que no debía caer en eso.

Lo primero fue decidir qué tipo de sofá quería. Encontré uno de dos plazas que se abría ligeramente hacia las patas, lo que hacía que se viera más ligero. Nada de respaldos enormes ni brazos anchos. Me sorprendió ver cuánta diferencia puede marcar la forma de un mueble. Si tiene volumen excesivo, domina la estancia; si es más estilizado, deja respirar el espacio.

También elegí una mesa de centro pequeña y redondeada. Aquí descubrí que las mesas cuadradas o rectangulares ocupan más visualmente, incluso cuando miden parecido. Una superficie redonda, en un piso pequeño, te permite moverte sin notar que estás esquivando esquinas todo el tiempo. La sensación de fluidez aumentó desde el primer día.

Detrás del sofá coloqué unas láminas que hice en mis días libres. No quería llenar la pared, así que escogí dos piezas de trazos finos. Me ayudaron a dar un toque personal sin que la pared pareciera cargada. En espacios reducidos, aprendí que es mejor sugerir que recargar.

 

Mi rincón favorito

Al mudarme justo después de mi carrera, sabía que necesitaría un lugar para dibujar, editar fotos o adelantar encargos. Al principio pensé que no podría tener una zona dedicada a eso en un piso tan pequeño, pero encontré la forma de integrarla sin invadir el salón.

Mi mesa de trabajo es plegable. No del tipo que desaparece por completo, sino una que se recoge lo suficiente como para dejar espacio cuando no la uso. Me encanta porque transforma totalmente el ambiente según la tenga abierta o cerrada. Esto es algo que recomendaría a cualquiera que viva en un piso pequeño: elegir muebles que tengan más de un uso o que puedan reducir su tamaño según lo necesites.

La silla también la escogí con intención. De estructura fina, ligera visualmente, sin acolchados pesados ni formas que quiten luz. Además, podía moverla fácilmente cuando venían amigas o cuando quería reorganizar el salón un rato.

 

La conversación que cambió mi cocina

La cocina fue mi mayor rompecabezas. Tenía que caber todo: fogones, pequeño horno, almacenaje básico, una zona donde preparar comida y alguna forma de que no se viera saturada. Así que pregunté a Sebastián Bayona Studio, un estudio de diseño de interiores de Barcelona. No buscaba que me hicieran un proyecto, solo necesitaba orientación porque había probado varias ideas en papel y ninguna me convencía.

Me dieron un consejo que me ayudó muchísimo: distribuir la cocina de manera lineal y evitar alturas excesivas en la parte superior. Me explicaron que colocar módulos cerrados por encima de la vista generaba sensación de peso, y que era mejor combinar solo alguno con baldas abiertas muy ordenadas. De ese modo tienes espacio de almacenaje, pero la cocina se siente más amplia y despejada.

También me animaron a elegir un solo material para la encimera y no mezclar texturas. Seguí la recomendación y el resultado fue mejor del que imaginaba. La cocina ahora parece más larga, más uniforme y, curiosamente, más luminosa. Me impresionó lo mucho que puede transformar un buen consejo un espacio tan pequeño. Y lo mejor es que fue un cambio accesible: reordenar, quitar lo que sobraba y elegir con más cuidado la parte visible.

 

Dormir bien sin sentir claustrofobia

La cama fue la gran duda desde el principio. No quería una cama alta ni un canapé voluminoso porque en un piso de treinta metros eso puede convertirse en un muro. Tampoco quería recurrir a un sofá cama porque uso el salón para trabajar y prefería separar las zonas.

La solución terminó siendo una cama baja, con estructura sencilla y ligera. Gracias a la altura reducida, el espacio se ve más abierto. Dejé un espacio pequeño bajo la cama para unas cajas planas donde guardo ropa de otras temporadas. Lo suficiente para no necesitar otro armario.

En vez de colocar una mesilla grande, escogí un pequeño apoyo de madera clara y patas finas. Tiene sitio justo para un libro, una lámpara y el móvil. Y lo agradezco porque la habitación se siente equilibrada sin quedar apretada. A veces pensamos que una mesilla debe tener cajones y un montón de superficie, pero en un piso pequeño simplificar es casi siempre la mejor decisión.

También pinté la pared del cabecero en un tono suave, ligeramente más cálido que el resto del piso. Solo esa pared, para marcar un ambiente distinto sin cerrar visualmente la habitación.

 

Un baño pequeño pero muy apañado

El baño era lo más reducido del piso, pero me sorprendió ver que tenía bastante luz. Aproveché eso para mantenerlo muy simple. Quité todo lo que sentía que estaba de más: estantes demasiado profundos, accesorios que ni usaba, cajas que solo añadían desorden.

Reemplacé el espejo por uno de borde fino, más grande que el original. Eso ampliaba la sensación de profundidad sin instalar nada complicado. En un espacio tan pequeño, un espejo bien elegido hace milagros sin necesidad de reformas.

También cambié los accesorios a unos más discretos y con líneas limpias. Me ayudaron a unificar la zona del lavabo y evitar la sensación de acumulación.

No añadí estanterías extras porque sabía que eso volvería a llenar todo. En su lugar, dejé una pequeña cesta de rejilla bajo el lavabo para tener a mano lo básico. Fue suficiente para mantenerlo ordenado sin que pareciera que había querido guardar medio salón dentro del baño.

 

Los colores que hicieron crecer el piso

Elegí una paleta muy suave para la mayoría de las paredes, con variaciones mínimas para generar armonía sin que pareciera todo idéntico. No quería que el piso tuviera un tono frío, así que mezclé blancos rotos con un par de tonos arena muy claros.

En los textiles, como las cortinas y la colcha, usé colores que no contrastaran demasiado. En un piso pequeño los contrastes fuertes pueden hacer que los límites sean demasiado marcados. Me di cuenta de que suavizar transiciones era más efectivo para ampliar visualmente que optar por combinaciones fuertes.

También intenté que los muebles respetaran esa misma idea. No tenían que ser todos del mismo color, pero sí mantener cierta coherencia entre ellos.

 

Objetos con sentido, no acumulaciones

Algo que hice desde el principio fue evitar llenar estanterías con adornos. A veces, cuando vives en un lugar tan pequeño, cualquier acumulación hace que el espacio pierda calma. Prefiero tener objetos concretos que me gusten mucho, como algunas cerámicas que hice en la universidad, antes que llenar el salón de cosas que solo ocupan.

También dejé varios huecos vacíos a propósito. Descubrí que un espacio vacío no es un espacio desperdiciado; al contrario, ofrece alivio visual. Y en un minipiso eso es casi tan importante como la distribución.

 

El resultado que nunca pensé que alcanzaría

Hoy, cuando entro en casa después de trabajar, no siento que vivo en un espacio limitado. Siento que es mío y que he aprendido a aprovechar cada rincón sin renunciar a la comodidad. La distribución, los colores, los muebles ligeros y las decisiones pequeñas han cambiado por completo cómo percibo estos treinta metros.

 

Lo que aprendí transformando mi pequeño piso

Con todo este proceso entendí que un piso pequeño puede ser mucho más que un lugar provisional. Si escoges con calma, si no llenas todo por llenarlo y si piensas en cómo quieres vivir el espacio, al final acabas sintiéndote en un sitio hecho para ti.

Y eso es lo que más valoro de esta primera experiencia viviendo sola: haber construido un hogar donde puedo respirar, crear y descansar, incluso sin tener muchos metros.

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